sábado, 12 de enero de 2008

EL FLACO CAROZZI


Castro, calle Lillo esquina calle Blanco. 2007

En la década del ochenta calle Blanco aún abundaba en negocios de distintas clases; tiendas de ropa, tiendas de calzado, ferreterías, y oficinas. Los almacenes más surtidos aun permanecen en calle Lillo. Frente al desembarcadero de “ La Playa ”, en la remodelada plaza del mercado un enorme sacho de cemento parece un artefacto inútil. La gente en botes y lanchas viene desde lugares cercanos a vender sus productos en la feria de calle Lillo. En mesones de madera bajo un techo de planchas de zinc ofrecen sus hortalizas, zanahorias, trigo y otros productos. Allí se amontonan sacos de papas, rumas de cochayuyo, sacos de cholgas, y en el barro de la calle, entre el mar y las cocinerías, se estacionan los carretones a la sombra de una enorme bodega de lata que era el Mercado Municipal.

Uno de los carretoneros de esos años, era el “Flaco Carozzi” que vivía cerca de las Canteras, en Gamboa Alto, y desde lunes a sábado bajaba por el camino de las antenas, cruzaba el puente, y entraba a la ciudad conduciendo su carretón arrastrado por un desventurado caballo de trote lento. A duras penas bajaba por calle Blanco e iba a instalarse en la feria de calle Lillo, en las mañanas, y cerca del desembarcadero del final de calle Blanco, en las tardes.

A mediodía subía la cuesta con su carretón cargado de sacos de papas que habían comprado las dueñas de casa, y el “Flaco Carozzi” se encargaba de ir a dejar casa por casa; sin equivocarse de cual saco pertenecía a tal persona. Porque no era cosa de ir y llegar a tirar un saco de papas en la bodega de una casa. Las papas debían ser la misma que había comprado la dueña de casa; corahila, pie, lengua de vaca, chayaguana, chauque, natalina. Si se equivocaba al día siguiente en el desembarcadero el reclamo era a grito limpio. “Flaco de moledera, te equivocaste, y me diste un saco cambiao…”, y además de perder una clienta debía soportar las risas y burlas de los otros fleteros.Castro calle Lillo frente al Mercado Municipal. 2007

Los fines de semana, los días de fiestas patrias, glorias navales, día de la raza, y otros feriados, Alberto “Carozzi” Vargas los dedicaba a la afición de toda su vida: Las carreras de caballos. En los días de carreras se le veía apostando a las patas de los caballos; en la cancha del aeródromo, en Gamboa, en Quilquico, en el Parque Municipal, lanzando desafíos y buscando rivales que se atrevieran a correr contra su caballo que no ganaba nunca. Cierta vez que perdió por una distancia considerable, para consolarlo sus amistades le dijeron: “Si le hubieras dado dos guascazos más a tu caballo, es seguro que ganabas”.
En las carreras del Parque Municipal era infaltable “Carozzi” con su sombrero destartalado equilibrándose en su “cabeza de aguja”. Sobrenombre que lo sacaba de sus casillas. Se paseaba en su caballo calambriento, resaltando a gritos las bondades que no tenía. Amenazaba ganar levantando una caja de vino matapenquero, contrastando su larga figura huesuda contra el verde oscuro de los boscosos montes del horizonte lejano, parecía un Quijote cuyo yelmo de Manbrino era un arrugado sombrero viejo.
Se cuenta que cierta vez llegó hasta Queilen a hacer correr su malogrado caballo, y por esos lados también llegó un grupo de amigos y vecinos de Alberto “El Flaco Carozzi”, en Gamboa Alto. “Carozzi” emocionado hasta las lagrimas porque iban a verlo correr las amistades de su barrio; se abrazaba al “chueco” Miranda, diciéndole: “Apuesta tu casa hijo, apuesta tu refrigerador, tu tele, tu radio,… apuesta todo no mas que esta carrera la tengo ganá…”; y esos jóvenes, amigos y conocidos del “Flaco Carozzi” fueron los únicos testigos de una de las pocas carreras de caballos ganadas por Alberto Vargas que un año del noventa falleció en la indigencia, en el Hogar de Cristo.

Castro, calle El Tejar, bajada hacia la Pedro Montt, calle de palafitos. 2007