domingo, 21 de abril de 2013

EL CUENTO DEL PERRO GRANIZO

Si los lectores otorgan permiso, y continúan leyendo este cuento crónica, les contaré el muy antiguo relato del Perro Granizo tal y como en las noches de invierno apenas alumbrados por la tenue luz de una lámpara Petromax, la abuela Carmen nos contaba esta historia después de solicitar nuestro permiso.
Mientras los adultos conversaban de parientes fallecidos o enfermos, de viajes, de siembras y cosechas tomando mate o tibia chicha endulzada con miel. Nosotros expectantes, callados, inmóviles, escuchabámos la voz de la abuela diciendo: Esta era una familia muy pobre, pero muy pobre, que no teniendo que comer y como el egoísta vecino dueño de una enorme arboleda no les convidaba ni una miserable manzana decidieron en la noche ir a robar frutas para venderlas en el mercado y con el dinero comprar alimentos. Esa noche y otras varias noches; el abuelo, la abuela, el padre, la madre, el hijo, la hija y el perro llamado Granizo subían a sacar peras, ciruelas, manzanas, cerezas que al otro día bien temprano venden en el mercado y al regreso compran yerba mate, manteca, harina, azúcar. Pero, como en los cuentos infantiles nunca falta un rico codicioso y egoísta en este cuento no podía faltar uno de aquellos que de tanto dinero se vuelven mezquinos. Este era el vecino dueño de la arboleda que algo sospechaba porque cada día ve sus árboles con menos frutas.
            En el universo de este cuento y en su profundidad dimensional. El ambiente lo crea el narrador sumergiendo a sus lectores, oyentes hace mucho tiempo, en la dimensión social de la pobreza de la familia; situación causada por la supuesta cesantía del jefe de hogar a consecuencias de alguna crisis o modelo social y económico que favorece a determinada clase social dueña del capital en una sociedad regida por una economía de libre mercado. Clase gobernante que si no es dueña del poder político deberá serlo del poder financiero culpable último de la pobreza de la familia que acude a robar frutas en la arboleda del vecino; y también culpable de la cesantía del jefe de hogar que contra toda dignidad, y careciendo del amparo de leyes sociales justas debe acudir a solucionar sus carencias haciendo uso de medios extremos… Esta digresión se justifica en la egolatría del autor que quiere demostrar a los lectores la facilidad con que construye nuevos universos de interpretación y análisis ambientando su cuento en una limitada y real dimensión social. Pero basta de rodeos y análisis seudosociales literarios; dos cucharadas y a la papa.
            Cuando el ricachón egoísta ve que cada día sus árboles tienen menos fruta prepara un enorme barril de engrudo, el pegamento más famoso en las escuelas rurales del archipiélago chilote desde comienzos del siglo veinte hasta principios de los setenta; pero nunca bien ponderado en su artesanal fabricación. Aún cuando era el pegamento más apetecido por los ratones, hecho de harina en proporción justa y agua que se mezclan revolviéndolos lentamente al calor del fuego hasta hacer una pasta transparente que pegaba los recortes de animales, héroes nacionales, medios de transporte, órganos del cuerpo humano, etc; en el cuaderno de las tareas escolares.
 Entonces el rico dueño de la arboleda cubrió el tronco de los árboles con engrudo. Una noche de lluvia con viento norte, el abuelo decidió ir a sacar las peras para comprar un litro de aceite necesario para freír sopaipillas en el desayuno, porque tenía el antojo de comer sopaipillas tomando una taza de café de cafetera. Se fue el abuelo buscando en la oscuridad un árbol de peras de agua que recordaba blanditas y jugosas, cuando lo encontró subió hasta la copa del árbol y comenzó a llenar su saco pero cuando quiso bajar. Se dio cuenta que estaba con engrudo pegado al tronco del árbol.
Pasaban las horas y el anciano no regresaba, preocupada la abuela salió a buscar a su marido. Gritando quedito. Viejo, viejito donde estas. Aquí arriba del árbol de peras; estoy pegado y no puedo bajar. Dijo el viejo en un susurro; no vaya a suceder que los escuchara el rico y egoísta dueño de la arboleda.
Subió la anciana a ayudar a su marido y quedó pegada. Pasaban las horas y no regresaban los abuelos a la casa, entonces, sale el padre en su búsqueda. Los llama en voz alta tratando de no romper bruscamente el cristal del silencio nocturno; cuando los encuentra sube al árbol de peras a ayudarlos a bajar, y queda pegado. Luego van los hijos de uno en uno a buscar a sus mayores que no regresan a casa. Acortando el cuento toda la familia queda pegada al árbol de peras, incluyendo al perro Granizo, quiltro fiel y buen amigo de sus amos, como suelen ser los pequeños y nunca bien ponderados perros de la raza quilterrier nacional.
Pasaban las horas y toda la familia permanecía pegada al árbol, y como es natural les dio hambre y comieron peras hasta quedar satisfechos, y de tantas peras que comieron se les aflojó el estomago; y con disculpas en este caso de los lectores. No pudiendo aguantarse el abuelo hizo su necesidad que cayó en la cara de la abuela que no pudiendo aguantar esa calamidad hizo su necesidad sobre la cara del padre, y lo que este hacia le caía en la cara a la madre, y lo de la madre al hijo, y lo de este a la hija, y lo de la hija al perro Granizo que fiel a sus amos estaba pegado con sus patitas abiertas al árbol, y las necesidades del perro Granizo caen sobre el rostro de los que para contar este cuento dieron permiso.
            Es este un cuento de burla que contaba mi tía abuela Carmen Pérez Pérez quien a principios de los sesenta tenía más de ochenta años pero una lucidez y memoria que relataba a sus sobrinos nietos las burlas y astucias de Bertoldo que aparecerá de improviso en algún relámpago de lucidez o sea cuando rescate esos engaños y enigmas que el muy feo Bertoldo planteaba al Rey Albuino. Del cuento del perro Granizo, que mis hermanos saben y a veces cuentan después de pedir permiso; nunca he podido descubrir si tiene algún origen tradicional o era pura invención de una abuela de muy rica e envidiable imaginación. En mis andanzas de ignorante buscador de ideas nuevas en libros viejos no lo he encontrado en ninguna antología de cuentos chilenos tradicionales.