lunes, 24 de septiembre de 2007

EL CUARTO CENTENARIO

En la fotografía; El Presidente de la República don Eduardo Frei Montalva, el sr. Arturo Antoniz Miranda, Alcalde de Castro en el año 1967, sr. Héctor Pereira Díaz Juez del crimen en esos años, sr. Silvio Pérez Torres, Regidor y tambien regidor de la Municipalidad de Castro y abogado, sr. Arnoldo Santana Bahamonde.

Una tarde calurosa de febrero del año 67 desde un cielo sin nubes comenzó a caer una lluvia de paracaídas. Eran los días de celebrar el cuarto centenario, y nunca antes sobre los cielos de la ciudad, casi siempre sucios de nubes achubascadas, se vio gente caer desde los cielos.

Para muchos ancianos fue una señal de nuevos trastornos telúricos, y se persignaron asustados. Pero los niños corrieron colina abajo por la calle Portales o la cuesta sucia, corriendo cruzaron un viejo puente de madera, subieron la pedregosa cuesta de Gamboa, apurados, ansiosos para ver de cerquita, y mirar los aviones de los “Cóndores de Plata” que hacen acrobacias en los cielos, encima de la cancha de aviación. Ese mismo largo y plano espacio, rodeado de amarillentos espinillos florecidos, donde se hacen carreras de caballos ahora está lleno de aviones que corren por la cancha de aviación y empujados por un viento de truenos suben al cielo donde se dan vuelta de carnero, vuelan al revés o caen girando cielo abajo como si estuvieran haciendo “wuì” en la ladera de un cerro.

Ese fue un buen año, hasta llegó el Presidente de la Republica, y en el muelle fue recibido por el Alcalde Arturo Antoniz y la plana mayor de las autoridades del municipio, y la reina de las fiestas centenarias Lucy Stange, y su corte de honor. Todos alegres saludado a la multitud de gente que no podían creer que el Presidente hubiera llegado a Castro; si nunca antes, llegó Presidente alguno cuando la ciudad necesitó la protección del gobierno en los incendios y terremotos; y todos subieron por calle Blanco saludando. El orfeón municipal, con la seriedad y parsimonia propia de un acontecimiento memorable, tocaba canciones alegres.

En la Plaza de Armas el Presidente de la Republica, las autoridades municipales y la reina con su corte de honor presidieron el desfile de los marinos del destructor Lautaro con su orfeón, los conscriptos del regimiento Sangra con su orfeón, los carabineros con su orfeón, y los bomberos que desfilaron al compás humilde de los abollados instrumentos del orfeón municipal.

En la tarde de un viernes y después un domingo, de ese mismo mes, una multitud repletó el estadio municipal las dos veces que se presentó el Cuadro Verde de Carabineros con sus caballos amaestrados y sus hábiles jinetes que hacían espectaculares acrobacias. Los habitantes de la rural ciudad cuatro veces centenaria no podían salir de su asombro, y creer que en el mundo pudieran acontecer tantas maravillas.

martes, 18 de septiembre de 2007

PREGUNTAS POR PUERTO MONTT(1)

Muy bien, voy a preguntar,
por ti, por ti, por aquél
por ti que quedaste solo
y el que murió sin saber,
murió sin saber por qué
le acribillaban el pecho
luchando por el derecho
de un suelo para vivir.
¡Ay, que ser más infeliz
el que mandó disparar,
sabiendo cómo evitar
una matanza tan vil!
Puerto Montt, oh Puerto Montt
Puerto Mont, oh Puerto Montt.
Usted debe responder
Señor Pérez Zujovic,
por qué al pueblo indefenso
contestaron con fusil.
Señor Pérez, su conciencia
la enterró en un ataúd
y no limpiarán sus manos
toda la lluvia del sur.
Murió sin saber por qué,
le acribillaron el pecho
luchando por el derecho
de un suelo para vivir.
¡Ay, que ser más infeliz
el que mandó disparar,
sabiendo cómo evitar
una matanza tan vil!
Puerto Montt, oh Puerto Montt
Puerto Montt, oh Puerto Montt

Víctor Jara. "Preguntas por Puerto Montt".

PREGUNTAS POR PUERTO MONTT (2)



La ciudad de Puerto Montt, a orillas del golfo Reloncaví, vivió uno de los episodios más trágicos de la historia reciente chilena. El 4 de marzo de 1969 alrededor de noventa familias sin hogar deciden ocupar unos arrabales en la Pampa Irigoin pertenecientes a la acaudalada familia de los Irigoin, uno de los terratenientes más poderosos de la zona, construyendo una serie de casuchas hechas con tablas y chapas de madera y hojalata.

El diputado socialista Luis Espinoza asesoraba a las familias en la ocupación como respuesta ante la negativa de las autoridades de concederles parcelas para construir sus viviendas. Durante los cinco días siguientes se vivió una calma tensa con visitas de los carabineros comandadas por el comisario Rolando Rodríguez Marbán, que el mismo sábado 8 de marzo llegó a decir a los pobladores que estuviesen tranquilos y que trazaran bien las calles no preocupándose ya que nadie les molestaría. Pero al día siguiente las Ordenes del Ministerio del Interior hicieron cambiar radicalmente la situación.

En la madrugada del sábado al domingo el diputado socialista Luis Espinoza fue detenido y acusado de infracción a la Ley de Seguridad Interior del Estado por organizar seis ocupaciones anteriores, llevándole preso a la ciudad de Valdivia. Al amanecer, doscientos cincuenta carabineros asaltaron, por orden del ministro del Interior Edmundo Pérez Zujovic y de su intendente en la provincia de Llanquihue, Jorge Pérez, a los ocupantes de la Pampa Irigoin. Estos, en previsión del ataque, habían preparado un rudimentario sistema de alarmas a base de latas atadas con alambre a baja altura que provocaron un gran ruido que les despertó. Las versiones de lo que pasó después son contradictorias, pero los hechos no: las mediaguas de latas y tablas fueron incendiadas y once ocupantes murieron acribillados por las balas de las metralletas de los carabineros.

La noticia de un nuevo domingo sangriento corrió rápidamente por todo el país provocando una ola de repudio e indignación instantánea. Los funerales se celebraron dos días después con una gran tensión tras la versión oficial lanzada por el gobierno en la que acusaban a los ocupantes de atacar a los carabineros con piedras y de haber herido a uno de ellos y a los políticos opositores de realizar ofrecimientos demagógicos en materia de viviendas a los sin techo; sin embargo diversos hechos como la ausencia de carabineros heridos en el hospital de Puerto Montt, así como la declaración de la familia Irigoin de haber autorizado la ocupación mientras se arreglaba la situación con la Corporación de la Vivienda (Corvi), provocó numerosas protestas en todo el país culminadas en una masiva concentración en Santiago de Chile, convocada por el Partido Comunista, en la que se defendió el derecho legítimo del pueblo a exigir un lugar donde vivir. Incluso la Juventud Demócrata Cristiana llegó a acusar al gobierno del acto represivo y de su política cada vez más alejada y contraria a los intereses del pueblo.

El autoritarismo creciente del gobierno de Edmundo Frei y de su ministro de Interior, Pérez Zujovic, les llevó a ser marcados como los culpables de la masacre de Puerto Montt como expuso la senadora Julieta Campusano: "Las balas asesinas se llaman Frei, Pérez Zujovic. Ellos han dicho que no tolerarán ocupaciones ilegales. Pero, para ellos, el hambre, la miseria, la vivienda insalubre y la condición de allegados, eso es legal". El cantautor del pueblo chileno, Víctor Jara, compuso la canción "Preguntas por Puerto Montt" en la que acusaba directamente al ministro del Interior por haber ordenado la masacre y marcharse de vacaciones ante las consecuencias de la misma. La canción fue aumentando su popularidad a medida que la del gobierno de Frei se desprestigiaba por momentos y provocaba su derrota en las urnas en las elecciones presidenciales de 1970, que culminaban con la victoria de la Unidad Popular de Salvador Allende.

El automóvil en donde Pérez Zujovic sufrió el atentado. La masacre que judicialmente quedó impune, sin embargo significó la sentencia para el ministro del Interior Pérez Zujovic, ya que el 8 de junio de junio de 1971, cuando el gobierno ya era ejercido por Salvador Allende, un comando extremista, perteneciente al grupo Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) le ametrallaba cuando conducía su vehículo. La investigación terminó con la localización del comando terrorista y la muerte de tres de ellos, los hermanos Ronald y Arturo Rivera Calderón y Heriberto Salazar Bello. Los correligionarios de Pérez Zujovic, como el escritor Enrique Campos Menéndez, señalaron a los dirigentes del gobierno de la Unidad Popular como los autores intelectuales del crimen y les acusaron de querer transformar el Chile libre y democrático en un gran campo de concentración. La historia, sin embargo, les quitó la razón rápidamente, el 11 de septiembre de 1973 las fuerzas militares derrocaban, tras un golpe militar, al gobierno democrático de Allende, asesinándole al igual que a miles de chilenos que no comulgaban con sus ideales fascistas, como Víctor Jara y Luis Espinoza, torturados y asesinados por el régimen de Pinochet.

Texto publicado en:

http://www.margencero.com/musica/jara/preguntasporpuertomontt.htm

CUANDO BALTAZAR DE CORDES INCENDIÓ CASTRO


Castro no tenía más de sesenta casa en mayo de 1600 cuando Baltazar de Cordes llegó a Chiloé.Los españoles estaban tan convencidos de la buena fe de los holandeses, que vieron en su desembarco la certidumbre de un gran auxilio. El corregidor no trepidó en enviar a seis de sus oficiales más escogidos. Mas, en cuanto se presentaron en el lugar donde les esperaba de Cordes, éste ordenó que los degollaran. Y antes de que los capitanes desenvainaran los aceros, se encontraron con los cuellos tronchados. Después de tamaño crimen, de Cordes caminó tranquilamente hasta la ciudad para seguir representando su papel. Llegó en el mismo instante en que se vio aparecer, por el otro costado, una gran cantidad de naturales dispuestos al ataque.

Le dijo al corregidor que había cambiado sus planes, en vista de que quemaron, equivocadamente, un rancho fuera de la ciudad y no dentro de ella como estaba convenido con los indios. Y como éstos eran en extremo desconfiados, la única manera de engañarles y convencerles de que había apresado a los españoles, era haciendo que todos ellos entraran a la iglesia y permanecieran ahí, hasta que comenzara el combate contra los indígenas para en ese momento salir y atacarlos por la espalda, apoyados por los capitanes que se hallaban con su tripulación. Ruiz del Pliego no podía imaginar que este joven de tan buenas maneras y elegante presencia, era un refinado asesino. Y dispuso que todos, hombres, mujeres y niños, se encerraran rápidamente en la iglesia. Una vez que Cordes vio a los españoles encerrados en la iglesía del pueblo hizo señas a los indios para que acercaran. Estos seguían persuadidos de que el holandés estaba actuando de acuerdo a lo convenido. Llamó a los más principales y les llevó a un lugar apartado. Allí les hizo acuchillar con extrema ferocidad y en completo silencio. Luego repitió lo mismo con el resto, hasta no dejar vivo a ninguno de los que se hallaban cerca. Después de la matanza, envió a Antoine el Negro a la iglesia, para que hiciera salir a los hombres de uno en uno, y los fueron asesinando pérfidamente. Pero quienes se encontraban dentro escucharon quejidos y se alertaron. El cura Contreras Borra, que estaba orando de rodillas frente al altar, cogió una enorme trizona y arremetió contra los piratas que penetraron al santo recinto. Una de las mujeres, doña Inés de Bazán, natural de Osorno y viuda del capitán guipuzcoano Juan de Oyarzún, se sumó a los pocos hombres que quedaban para resistir con las armas en la mano. Pero la masacre fue completa. Sólo perdonaron la vida a las mujeres, no por compasión, sino para que fueran pasto de sus deseos. Y después de encerrarlas, se entregaron a la más espantosa borrachera con el vino y aguardiente del Perú encontradoal saquear la ciudad.

Mientras estas atrocidades ocurrían en Castro, un grupo de veinticinco españoles al mando del capitán Luis de Vargas regresaba de un largo patrullaje. Desde lejos divisaron las llamas que consumían gran parte de las viviendas. Por los habitantes que lograron huir de la degollina se impusieron del drama que había vivido la plaza durante la víspera.

Luis de Vargas despachó un mensajero al coronel Francisco del Campo, que se hallaba en Osorno, y comenzó a urdir un plan para atacar a los piratas y liberar a las mujeres y sus niños. Escogió a uno de sus hombres, el soldado Torres, y le ordenó que fuera a la ciudad y simulara ser un renegado que deseaba pasarse a los holandeses. Debía averiguar si habían desembarcado cañones, y si fuese así, intentar inutilizarlos para que no les hicieran daño en el ataque nocturno que pensaban realizar.

Torres llegó hasta las casas y se encontró con doña Inés de Bazán que había logrado escapar, aprovechando la borrachera de los piratas. En la oscuridad de un zaguán, le informó de los planes del capitán Vargas y de la misión que le había encomendado.

Doña Inés sabía donde estaban emplazados los cañones. Confundiéndose con las sombras, corrieron sigilosamente hacia los torreones, donde encontraron los atados de cuerdamecha que servían para tronar la pólvora. Los sumieron en agua hasta que quedaron totalmente empapados, y luego, deslizándose a lo largo de la empalizada, repitieron la faena con los otros cañones.

Al amparo de la noche, Luis de Vargas y sus hombres consiguieron acercarse a la ciudad sin ser descubiertos. Dejaron los caballos en un bosque cercano y caminaron silenciosamente hasta las primeras casas. Poco antes de llegar, se toparon con Torres y doña Inés que les aguardaban para señalarles dónde estaban las cautivas, y para informarles de los cañones inutilizados.

Se dirigieron al barracón que servía de improvisada cárcel y observaron que la entrada estaba custodiada por dos corsarios que conversaban distraídos. Sendos golpes sobre sus cráneos, dieron con ellos por tierra. La alegría de las desdichadas fue inmensa y apenas pudieron contener sus expresiones de júbilo y agradecimiento. Luego fueron todos hacia los matorrales donde habían dejado las cabalgaduras. Y mientras las mujeres huían hacia el campo alejándose de la ciudad, Vargas y sus soldados se dedicaron a arrear todo el ganado fuera del pueblo, para sitiar por hambre a los holandeses.

El mugido de los animales alertó a Baltasar de Cordes. Corrió con algunos de los suyos y logró capturar al soldado Torres y a doña Inés, que permanecían rezagados protegiendo la fuga de las mujeres. El pirata estaba furioso y buscó en quien descargar su ira. Ordenó que ahorcaran a Torres en un improvisado cadalso y que continuaran con doña Inés. Cuando ésta se encontraba con la soga en el cuello, el corsario se compadeció. Mas, para dar escarmiento a los que quedaban en la ciudad, dispuso que le aplicaran quince azotes, cuyas marcas permanecieron para siempre en la espalda de la brava española.

Articulo publicadoen: http://www.cervantesvirtual.com

Baltasar de Cordes


Baltasar de Cordes había tomado el mando de «La Fidelidad». Ignorante de lo ocurrido a los otros barcos, permaneció en los canales de la Patagonia buscando afanosamente salir de esos laberintos escudriñaba el horizonte, tratando de divisar las velas de «La Fe», su nave compañera. No sabía del regreso del capitán Sabald de Weert a Holanda, ni que su tío Simón de Cordes, almirante de la flota, había muerto a manos de los mapuches en la Isla Mocha cerca de Concepción.

Era diciembre de 1599. La tripulación, ya completamente agotada, apenas podía maniobrar. Sólo les mantenía en pie el deseo de salvar sus vidas y movidos por la férrea voluntad de su capitán, no se resignaban a morir en aquellas heladas e inhospitas regiones. Llevaban ya cinco días al amparo de una ensenada, cuando un fuerte viento los empujó por islas y fiordos desconocidos. Fueron arrastrando el ancla para evitar un desastre, hasta llegar al Pacífico. Allí una tempestad los llevó raudamente a lo largo de la costa de Chiloé. El piloto Antonio Atoine, o Antonio el Negro como le llamaban sus compañeros logró salvar al barco y su tripulación.

Navegaron hasta alcanzar el extremo norte de la isla de Chiloé donde buscaron un puerto para recalar. Desde tierra fueron avistados por los indios huilliches de Lacuy, que vieron que la arboladura y el cordaje de esta embarcación eran diferentes a las naves españolas. Y cualquiera que no fuera español, era un aliado. En piragua se acercaron a los holandeses dando señas de amistad. Para los holandeses los indigenas significaban la posibilidad de conseguir víveres frescos y agua.

Cuando los huilliches subieron a bordo le obsequiaron cuentas, espejos y otras fruslerías. Hablaron en castellano, idioma que conocía Baltasar de Cordes. La comunicación fue fácil y los holandeses les regalaron cuchillos y lanzas, armas que vencieron su natural resistencia. Después los piratas bajaron a tierra. Hacía más de diecisiete meses que habían zarpado de su país, y la mayor parte del viaje se alimentaron de mariscos, pescados y carne conservada en sal que llevaban en la nave. Los indios trajeron carneros, vacas, aves, maíz y verduras. Baltasar de Cordes averiguó que tres renegados españoles vivían entre los huilliches, y poco después comparecieron unos desarrapados españoles cuyos rostros no podían ocultar su calidad moral. Declararon haber pertenecido a la guarnición de Osorno, y que habían desertado a causa de los ataques de los huilliches que sitiaban la ciudad haciendo perecer a sus habitantes por hambre. A cambio de su ayuda, ofrecieron dar información sobre las fuerzas, recursos y posiciones de las tropas que defendían Chiloé.

Los renegados informaron que en la isla de Chiloé existía una bahía resguardada de los vientos, donde se hallaba la ciudad de Castro. Su posición era estratégica, ya que constituía el varadero obligado de todos los barcos que cruzaban el Estrecho. Allí el corsario podía hacerse de un rico botín y de abundante provisiones. A Baltasar de Cordes se le presentaba la oportunidad de apoderarse de Castro. Mientras él se dirigía allí por mar, los indígenas al mando de los renegados se acercarían por tierra para tomarla entre dos fuegos. La alianza de los corsarios con los indios era imposible de mantener en secreto. Ruiz del Pliego, gobernador de Castro, encargó al capitán Martín de Uribe que recorriera la costa con treinta jinetes, mientras construían una empalizada para defender la ciudad. Y mientras se hallaba en esos preparativos, llegó el cura Pedro Contreras Borra, a contar que una india le había avisado que los corsarios navegaban hacia Castro. El corregidor ordenó que toda la población se guareciera en el fuerte. Permanecieron despiertos durante la noche esperando la llegada de los corsarios, y sólo al amanecer, divisaron las velas de «La Fidelidad» que entraba en la bahía, y pudieron observar que los corsarios no venían en son de guerra, sino luciendo banderas y gallardetes, y saludaban con toques de clarin y otras señales amistosas.

Al encontrarse el barco a suficiente distancia como para ser escuchados, Baltasar de Cordes llamó a grandes voces, pidiendo parlamentar con las autoridades del puerto, y rogó que enviaran a alguien a bordo de su barco para que se impusiera de sus intenciones amigables. El corregidor reunió a los vecinos y les consultó sobre la situación. Hubo unanimidad en enviar a uno de los oficiales a conocer las intenciones de los «ingleses». El enviado debía averiguar no sólo sus intenciones, sino también su poderío guerrero. Ruiz del Pliego designó al capitán Pedro de Villagoya, respetado vecino de la ciudad, para que subiera a bordo. Villagoya fue recibido con gran cortesía. El corsario le trató con mucha deferencia y le hizo numerosos presentes. Le invitó a su propia cámara y ordenó traer bebidas y refrescos. Después, en larguísima conversación, le refirió los pormenores de su azaroso viaje a través del Estrecho. Le confidenció que su intención era continuar a las costas de Asia, donde podían intercambiar mercaderías que, a su vez, venderían a su regreso a Holanda.

La elegante presentación de este joven holandés de veintidós años, sus bien cuidados modales, la sinceridad que demostraba al hablar de las penalidades soportadas en el Estrecho, y la seguridad de que se encontraba solo y errante por aquellas inhóspitas regiones, conquistaron el espíritu del capitán español. Villagoya vio a un muchacho indefenso separado de sus compañeros, que por los azares del destino se había convertido en capitán inexperto de una tripulación diezmada y agotada. El holandés terminó de convencerlo, cuando le aseguró que por ser católicos y amigos de los españoles, fueron perseguidos en Rotterdam, que habían partido en busca de un nuevo destino fuera de su patria, trayendo estas barcas llenas de mercaderías, sin más armas que las necesarias para defenderse de los piratas ingleses, o aquéllas que podían comerciar.

Pero el ingenuo capitán no supo que el pícaro había ordenado esconder los cañones, salvo los de proa, y ocultar los mosquetes de los tripulantes, que se mostraron sumisos y abatidos. Ya en la noche, en medio de festejos y atenciones, de Cordes confidenció a Villagoya que los indios de la isla le habían ofrecido doce almudes de oro y todos los despojos de la ciudad, si les ayudaba a saquearla. Y le sugirió que podían aliarse para repeler a los naturales y someterlos en definitiva. Él sólo necesitaba legumbres, bizcochos y treinta vacas hechas cecinas, para continuar su travesía.

Villagoya regresó a la ciudad convencido de las buenas intenciones del holandés y transmitió sus proposiciones al corregidor, abogando en su favor. El cabildo escuchó las noticias, y se convenció que era de toda conveniencia acceder a sus peticiones porque aquello reportaría grandes beneficios. El trueque de productos frescos por artículos que necesitaban con urgencia, era una bendición caída del cielo. Todos aceptaron, y el escribano tomó acta de la decisión del Cabildo. El corregidor autorizó a Villagoya planificar con Cordes la forma de defenderse de los indios, y aprovechó de enviarle algunos obsequios. El holandés le recibió con mayores atenciones que en la víspera. Y, entre agasajos y conversaciones, le reveló que los aborígenes le pidieron que él atacara la ciudad por la costa, mientras ellos lo hacían saliendo de los bosques que rodeaban la ciudad. Cordes dijo que había tenido que fingir aceptar ese plan para lograr ayuda cuando recaló en puerto Lacuy. Los huilliches esperaban que se produjera el combate y quemara un rancho de la costa, que era la señal. El corsario aventuró una proposición. ¿Por qué no simular una lucha entre ellos, para así coger a los indios entre dos fuegos? Esto escapaba a la autoridad de Villagoya, pero era tanta su candidez, que reveló al corsario que no tenían pólvora ni balas.

De Cordes rió para su interior, satisfecho, y para terminar de ganarse su confianza, le entregó una botija de pólvora y mil balas de arcabuz. Cuando el capitán regresó a tierra y mostró la ayuda del holandés, todos cayeron en el lazo. Al amanecer, el corregidor ordenó quemar un rancho de la playa y disparar siete mosquetazos, que fueron respondidos por cuatro del corsario. En esta forma se inició el simulacro de combate que habían convenido. Villagoya volvió al barco para arreglar los últimos detalles, pero el corsario había decidido sacarse la máscara y le hizo prender, con el pretexto de que había incendiado un rancho fuera de la ciudad, y no dentro de ella como era el acuerdo. Enseguida, desembarcó a la tripulación con instrucciones de reunirse en cierto lugar de la playa, y envió a Antoine el Negro con la petición de que el Corregidor enviara a seis de sus mejores capitanes, a fin de concertar el plan de ataque fuera de la vista de los indios. Antoine no era el mejor embajador, pues su presencia dejaba mucho que desear. De mediana estatura, anchísimo de hombros y brazos musculosos, no podía ocultar en su fea cara y torva mirada, el aspecto típico del viejo bucanero.

Articulo publicadoen: http://www.cervantesvirtual.com

sábado, 15 de septiembre de 2007

LOS NOMBRES NO HACEN AL HOMBRE


En el boletin de septiembre del 2007, de Libros en Red, alguien escribió un sorprendente articulo respecto de los nombres, en una localidad ecuatoriana. Lo escribo aquí para compartir su lectura.

En su poema "El Golem", Jorge Luis Borges recuerda la postura de Platón en su diálogo Cratilo:

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

respecto de si los nombres son motivados o convencionales. Si tomamos la tesis platónica y la llevamos al extremo, los habitantes de cierto pueblo ecuatoriano tendrán muchas explicaciones que dar.

Chone, localidad de 20 000 almas en el interior de Ecuador -llamada por los lugareños, ya veremos cuán acertadamente, "la capital de los nombres raros"-, alberga habitantes con nombres de pila tan inesperados como Frank Sinatra, Alí Babá, Burger King, Lincoln, Stalin, Puro Aguardiente, Vick Vaporup o Land Rover.

Desde personajes históricos hasta marcas comerciales de los rubros más diversos, pasando por resultados de partidos de fútbol y bebidas predilectas, los padres de estos individuos han ejercitado su capacidad imaginativa a la hora de rellenar los documentos de identidad de sus recién nacidos. Los hijos lo agradecen, si recibieron un buen nombre en gracia o si les gusta dar la nota. O reniegan de la herencia, si fue Stalin lo que les tocó en suerte o si padecen de por vida la obligación de hacer propaganda gratuita de un producto como el Alka Seltzer. En el pueblo, se oyen nombres etéreos y espirituales, como Semiencanto, Querido Ecuador y Arcángel Gabriel Salvador. Y, también, decididamente carnales, como Venus Lollobrigida o Everguito Coito.

Ningún lugar fue tan lejos en esto de poner nombres extravagantes como esta región del Ecuador. Pero tampoco es el único lugar del mundo que explora apelativos inauditos. En Argentina, se están poniendo de moda muchas denominaciones sacadas del cine y del deporte, como Xuxa, Nemo, Jordan, Viggo, Aladdino y Jet. El Registro Civil de la Ciudad de Buenos Aires aceptó en el último tiempo nombres como Abbot, Dakota, Gallagher, Ídola, Jackson, Napoleón, Radcliffe y Poppy (¿que no era un nombre para perros?).

Venezuela, por su parte, trata de prohibir -mediante un proyecto de ley en curso- nombres que resulten ridículos, agravantes o que sean extraños al idioma español, como Hitler, Makgiber, Yuvifred, Genghis Khan o Backstreet Boys. Todo para "preservar el equilibrio y desarrollo integral del niño, niña o adolescente".

Recientemente, salió la noticia de que una pareja neozelandesa llamará a su hijo Superman como protesta porque no les permitieron que quedara registrado como 4Real (DVerdad, podría traducirse). "El nombre tiene que ser una secuencia de letras", argumentó el funcionario de turno. Habían decidido llamarlo así tras verlo por primera vez en una ecografía porque, dijeron, entonces se dieron cuenta de que su bebé era "de verdad".

Y esto por sólo hablar de primeros nombres. Porque, si ampliamos a la combinación de nombres con apellidos, ya la cuestión parece un designio divino. En España, aseguran que existe una Juana Madruga Mogollón y en Uruguay -entre cientos de Maracanazos, en homenaje a la victoria que Uruguay le arrebató a la selección brasileña en suelo carioca, en el Mundial de 1950- existe la leyenda de una mujer que se llama, entre el apellido de soltera y apellido de casada, Pascualina Masa de Tarta.

Y podríamos seguir con las asociaciones significativas que a veces se dan entre los nombres y las profesiones. Aquí conocemos un veterinario con el respetable apelativo de Dr. Pelagati, y una autora de libros de autoayuda, que responde al nombre y al apellido de Tara Depre.

jueves, 6 de septiembre de 2007

LA PRIMERA COMUNION

Nuestros abuelos vestían a sus hijos con trajes impecables. eran nuestros padres en su día de primera comunión, después fuimos nosotros, herederos de la inocencia. La niñas aparecían en la fotografía imitando las imagenes de las virgenes de los altares de las iglesias chilotas. Los niños bien peinados, de camisa blanca y con su mejor traje, ocultaban la rebeldía de los primeros años. Era la tradición de posar para la foto del recuerdo de toda la vida, con una cara de santo que desmintiera todas las pillerias de los recreos en los barrosos patios de esas viejas escuelas de madera. Allí permanecíamos con los guantes blancos sujetando un brevario de oraciones, y el rosario balanceandose en el aire. La cinta colgando del brazo, en ella se estampaba nuestro nombre y la fecha de este acontecimiento memorable. Y nuestra hermana permanece inmóvil, con esa mirada de ingenuidad que años después desmentirá la vida. Hoy la recordamos con su vestido de gasa; parece una novia, en ese único día; el inolvidable día de la inocencia, aquel de la primera comunión. Aquella que olvidamos cuando conocimos que la pobreza que no la espantaba ninguna oración.

LAS REVISTAS DE HISTORIETAS

La portada de una de esas viejas revistas de los tiempos cuando este archipiélago austral no aparecía en los mapas de la televisión. Historietas que se compraban en una de las dos librerias de Castro, y se cambiaban con los amigos, se revendían y arrendaban en los locales de venta y cambio de revistas y libros. Unas desamparadas librerias repletas de humedad con un mesón de madera y en unos rústicos estantes de madera pegados a las paredes, donde se ordenaban las revistas clasificadas en nuevas, viejas, y muy deterioradas con páginas menos. Páginas que se extraviaron entre las manos de tantos lectores que mataban el aburrimiento de las largas noches del invierno austral leyendo e imaginando las aventuras de pistoleros y cowboys en un Lejano Oeste, más inubicable que el paraíso.