miércoles, 25 de julio de 2007

FRANKESTEIN Y LOS INVUNCHES










El doctor Frankestein, más que doctor fue alquimista, buscando descubrir el secreto de la vida, crea su Golem. Queriendo semejarse a los dioses creadores, con desechos de otros cuerpos inventó un monstruo sin cerebro.

En Chiloé los brujos crean su Invunche. En un proceso contrario raptan un ser vivo, y lo sumergen en la no-muerte. Se apoderan de un niño de pocos meses, un bebé en nuestro neo lenguaje, una “guagua” en el huilliche – mapuche herencia hoy por la juventud repudiada a causa de las costumbres globalizadas. Costuran todos los orificios de su pequeño cuerpo y lo alimentan con restos de muertos robados de los cementerios. Un miedo incomprensible se oculta en este mito.

Es el proceso inverso al que se ingenió Frankestein, desde la vida a las oscuras profundidades de la muerte. Franskestein fue ingenuo su monstruo fue un resumidero de cuerpos. Fue su deformidad producida por la amalgama de cuerpos, consecuencia de la ingenuidad de su creador que quiso construir un único cuerpo con sobras de muchos cuerpos. Su deformidad resultó necesaria consecuencia de la escasez de elementos para construir el ser que demostraría que la vida se puede crear en un laboratorio. Es la ciencia, la razón equivocándose del camino. Un error de la ciencia como las bombas nucleares pero en una escala menor.

La Brujería es lo contrario, es la imaginación inventando la muerte. Haciendo que la muerte esté vecina, la tengamos aquí al ladito, saltando el cerco de las alegrías allí está el miedo. Es la maldad de deformar la vida.

Podemos reírnos de Frankestein, las parodias de Boris Karloff hoy a nadie asustan, la muy yanki familia Monster y su estilo de vida norteamericano. Pero de los brujos de Chiloé y sus invunches nadie ha hecho del humor un conjuro para espantarlos.

Esta página se titula Frankestein y otros Profetas porque esta construida con desechos, esas cosas que no sabemos para que sirven, y las guardamos en nuestros archivos; y porque esta construida con el humor más serio, ese que nos deja perplejo y nos pellizca el cerebro con los recuerdos, y estamos vivos porque somos capaces de tener recuerdos.

Descartes se equivocó; la cuestión no era “cogito ergo sum”, cojeo y luego soy. Era “cordare ergo soy”. Soy porque llevo recuerdos en el alma, esa parte del cuerpo que los materialistas llaman cerebro.